ME LO PREGUNTO TODOS LOS DIAS

jueves, 22 de diciembre de 2011


¿Y cómo se anima uno a vivir en la totalidad? Hay un infinito rodeándonos y todo un mundo que no llegamos a percibir, desde lo más tangible hasta lo más intangible, desde los árboles del parque que veo por mi ventana cada vez que la calma se instala en mi corazón, hasta los insectos que invaden mi privacidad durante el verano. Somos parte del todo y al todo volvemos a cada instante. Y sin embargo, nos limitamos, nos condicionamos, nos rotulamos, nos privamos, nos prohibimos, nos abandonamos, nos censuramos, nos lastimamos, nos castigamos, nos institucionalizamos, nos olvidamos de nuestra naturaleza más salvaje y primitiva.

¿Cómo aprende uno a sensibilizarse o a elegir el camino de la sensibilidad como forma de vida? ¿Cómo es posible que nos avergüence nuestra propia humanidad? ¿Cómo es que todavía creemos que la frialdad nos hará sobrevivientes? ¿Y cómo aprende uno a dimensionarla, a dosificarla, a largarla en gotitas para sobrevivir en un mundo lleno de cemento? La capacidad muda y latente en cada uno de emocionarnos cuando sucede que en menos de un pestañeo el pimpollo de ese jazmín se convierte en una flor, me eriza la piel. Y si uno logra visualizarlo…¿cómo se hace para no desaprender lo aprendido? ¿Cómo hacer para no caer en la parálisis colectiva? ¿Cómo salvarse del desamor, de la nada invasiva, de la vorágine que nos corre del eje de nuestra esencia más absoluta? ¿Cómo se salva uno de olvidarse del instinto de llorar cuando lee un poema en las mil y un maneras que existen de leer ese mundo infinito de letras que está dentro de otro mundo más infinito todavía?

Me contaron que en el África los fuegos son bajitos, permitime parafrasearte mi querido Mau. Me contaste que la llama apenas se refleja en el brillo de los ojos blancos de la gente negra que la rodea. La gente allí no se deslumbra por el resplandor de la vida, ni por las cosas materiales, ni por la fama ni por el poder. Ellos buscan el calor del de al lado. Se comparten, se abrazan, se experimentan, se buscan. Su vida no es reluciente, y en esa austeridad y en esa poquedad (palabra que no debe existir), la gente se acerca más a sus anhelos, a sus cuerpos, a sus deseos, a sus sueños. Viven en la fecundidad. Gracias Mau por compartir tu experiencia y por elegir esta sensibilidad como rieles de tu vida, por animarte a vivir en la totalidad y por decirlo y darlo todo y no guardarte nada. Porque la nada es una palabra que nunca abrazaste.

Siento una tristeza irremediable y al mismo tiempo una felicidad incontenible de estar triste. Es esa contradicción, esa ironía tan natural, de saber que siento y que sintiendo me hago parte del todo, parte del mundo y del infinito, que estoy viva, más viva que nunca. Si no sintiera…sería lo más triste de este mundo. Y aunque sienta demasiado, sentir me conecta con mi esencia. SOY lo que SIENTO, no lo que hago o digo, o pienso o construyo, o estudio o analizo, SOY lo que SIENTO ahora.

¿Y cómo hace uno para comprenderlo? ¿Dónde está el entendimiento? ¿Cuántas razones deben existir para comprender los hechos más tristes de esta vida? ¿Dónde están las explicaciones que me aliviarán? Tal vez se perdieron en el camino, o se las llevó el infinito, porque hacia allá vamos y aunque nos cansemos de buscarlas, en esa trayectoria, será muy difícil y hasta imposible encontrarlas. Y aún encontrándolas habremos satisfecho solamente a nuestro pensamiento, pero no a nuestro corazón. La verdad está justo ahí, y es una sensación. Recién entonces, cuando dejemos de buscarla y comencemos a sentirla, podremos amar la verdad. Y habrá paz, y con la paz no existen los imposibles. La ubicuidad podrá suceder solamente donde haya paz.

Hay un cosmos adentro nuestro. De estrellas estamos hechos y sólo brillan las que dejemos brillar, como dice la canción. Donde no haya una encendida será porque la hemos condicionado, la hemos reducido a una función que no es propia ni digna de ella, se la adosamos, la domesticamos así. Porque si cerrás por un instante tus ojos, podrás verte lleno de luz, y podrás recomenzar cada día, a cada instante, olvidando lo que fuiste para renacer una y otra vez. No te apagues. Vivir requiere esfuerzo, lo sé.

Siento desesperación porque desearía desde lo más profundo de mi ser que vuelvas a ser un niño, inocente y lleno de vida, para vivir el dolor con mayor naturalidad. Necesitás ser un niño otra vez, un niño que disfruta aún en la tristeza, porque la incorpora a su cuerpo, la naturaliza. Tu memoria no te permitirá naturalizar el dolor ni llevarlo dentro de tu cuerpo como un órgano más, metértelo adentro, desparramarlo, regarlo con tu sangre, incorporarlo a tus células, dejarlo ser, fluir, hacerlo formar parte de vos, y así vivir en la salud. Sin olvidar, liberate de los recuerdos, de su constancia en la memoria, hacelos pedacitos e incorporalos a tu arcilla para poder ser lo que sos y mucho más.

Necesitás volver a ser un niño, para carecer del sentido de la posesión y asegurar con la más incorruptible garantía, que sos millonario con veinte centavos, que tu reino, como el del Quijote de la Mancha, no tiene fronteras aunque la realidad te vomite su más cruel verdad diciéndote que ese magnífico reino cabe solo en tu cuarto de doce metros cuadrados. Dejá que tu reinado dure una eternidad en apenas dos horas y media de juego. Esa es la verdad más absoluta, tu alegría, tu trinchera, tu oasis en medio del desierto, tu guarida. Un mundo hecho de chocolate, como el que ocupaba tus sueños cuando dormías. La felicidad en su versión más pura.

Aunque el dolor sea un camino solitario, desearía tener ese poder de sanación, abrazarte con toda la alquimia de mi ser para liberarte de él. Y convertir el barro en oro y meterme en vos y jugar a que no tener algunas cosas es una parte indispensable de la felicidad, a que si algo no puede cambiarse, habrá que cambiar la mirada sobre ello, como los niños que pueden alimentar a sus muñecos con un plato de nada: los muñecos no engordan, engorda la mirada del niño que cree en la magia y puede agigantar sus ojos sin tomar la sopa de mamá.

No hacen falta explicaciones, tu razón te limita, te condiciona, es tu propia cárcel. Sentí, sentí con ganas, llorá con ganas, tocá con ganas, reí con ganas, comé con ganas, escuchá con ganas, cantá con ganas, conectate con el mundo y entonces…nada dejará de existir. Porque somos estrellas, eternas estrellas, interconectadas, mutables en forma, inmutables en esencia. Nada se pierde, todo se transforma. Cuando ames esa verdad…encontrarás todas las respuestas. Encontrarás la paz.

Texto: Marcela Paradela.
Fotos: Mauricio Miramontes.
Diciembre de 2011.-

La Razón

viernes, 8 de julio de 2011
La hoja en blanco. Y ella que no puede, o no debe o no sé qué. Está enojada, y lo grita por todos lados. Siempre es consigo misma, pero esta vez parece que es con vos. No puede pensar, no puede hacer lo que tiene que hacer, se le congela el pensamiento, y pasa de la emoción a la decepción, de la tristeza a la alegría en apenas un par de horas. Le dan ganas de hacer pero le parece que siempre es mejor no hacer, ya la pasó a ésta. No quiere otra más, pero tampoco quiere volverse de acero, impermeable, inalcanzable…no quiere eso. Le gusta sentir, se anima a sentir. Y se pone a prueba, se transforma en lo que querés que sea, y funciona…hasta ahí. Siempre es hasta ahí, lo que es…no puede dejar de ser. Está a punto de volverse.

Quiere leerte el capítulo 7 en el oído, quiere rayarte la espalda con sus dedos…y no la dejás. Vuelve a ser una isla, en medio de la insularidad…la otredad le resulta ajena, es un mundo adentro de otro mundo, un mar en la profundidad del océano. Y no te animás. Pero si, pero no. Cuando te vio, se enamoró, y desde entonces la canción no deja de sonar. Se emborracha para no pensar. Tus manos, la sonrisa, lo que hay que no se ve, pero que está semioculto, atrás de la persiana americana. Todo se vuelve irreversible, irrefutable, inalterable, ineludible, insuperable, insostenible. Y yo…que no se, ya no se más. Lo sabía y ahora ya no lo se. Le trato de explicar lo que debe hacer, la trato de dirigir a fuerza de estratagemas; le explico que 1 + 1 = 2 y que no hay nada más absoluto, y no hay caso…no sabe de matemáticas, no me sigue. Es que en el centro de su izquierda, el bombeador, me declara la guerra, me dispara a quemarropa con grandes dosis de sangre, y no me deja susurrarle la táctica, la receta infalible. La veo desvanecerse, hay un par de músculos que se vuelven de gelatina y le quitan contundencia, solidez. Es que te pusiste a su lado y ella está a punto de desvanecerse. Yo me doy cuenta, empieza a temblar y la estupidez se aprovecha de ella; la ayudo a racionalizar y el bombeador me diluye las palabras, siento como que le hablo adentro del agua, censurada por el fluido, y entonces no me escucha. Me veo a mí misma casi drogada, empiezo a mandibulear, ese maldito corazón!. Ya está…no hay caso, no puedo neutralizarlo, ella no quiere pensar, solamente quiere sentir. Sentirte meterte adentro de ella, despacito, como venís haciendo…pero a paso firme, con tu corazón. No la dejes, dale la mano y salgan a caminar. Haceme caso, no tiene lógica lo SE, tanto lo SE...pero haceme caso...dale la mano. No la dejes. Yo ya me perdí...

Oasis

jueves, 3 de marzo de 2011
Yo quería ser tu oasis.

Es mejor recordar lo bueno

sábado, 26 de febrero de 2011
La nostalgia es un río revoltoso cargado de sustancias del pasado que circula por la sangre, incesante. Es mejor recordar lo bueno, pasar la memoria por un colador imaginario y quedarse con la materia orgánica, donde hubo vida, magia y poder de sanación, e incorporar al porvenir esos pedacitos de momentos. Recordarlos con la misma gracia con que un niño recuerda lo divertido que fue cumplir años porque siente ansiedad por volver a cumplirlos. Recuerda con felicidad...

Lo mejor es recordar lo bueno…
Las cosquillitas de la estela de tu paso…
Las noches de burbujas de champagne, perfumes de ocasiones, rubores y labiales, trajes y corbatas y miradas de conquista…
Las sambitas del norte en mi oído, besos y caricias que jugaban a las escondidas…
El primer amor consumado en silencio entre ollas y cubiertos…
El sonido del teléfono reclamando mi atención, tu voz cantada metiéndose en mi cuerpo…
Las visitas en los baños, las cocinas, los sillones…
El desafío de colonizarte a fuerza de besos ponzoñosos y caricias estremecedoras sobre tu espalda…
El trayecto en segunda y en tercera de aquella madrugada sin embrague...
Las ganas locas de convertirte en mi reinado, de enseñarte el imperio de la dulzura, el arte de dar y recibir, el poder de la entrega…
La complicidad en la rutina, la diversión de los encuentros, las decisiones compartidas...
La paz al despedirte…la ansiedad apaciguada por la sensación aferrada a mí de que habría mucho más y mejor…
Los correos que cruzaban el océano para burlarse de la distancia…
El artilugio platónico de sentirte respirar a mi lado en esas noches de ausencia y mandarte abrazos voladores…
Los días en que quererte era mi pasatiempos...
El sabor de la locura de renunciar a todo para tocarte...
La magia del avión aterrizando en tu guarida…
Los besos en París, el deseo que pedimos en la Fontana, el helado de la playa, la noche disfrazados de mendigos y de trenes, la bruja del 71, el encuentro fingido en esa esquina romana, los colchones sobre el piso de tu cuarto, el desorden de la ropa de los dos toda mezclada…
Las fotos en la ruta de tu norte, la visita silenciosa en la cama de tu casa para regalarme la contención de tu abrazo sin que ellos lo notaran…
Y un intento de alejarnos…
La sabiduría del tiempo transcurrido, la adrenalina del reencuentro, de contarte las aventuras vividas, las ganas de volverte a ver, el sonido de los fuegos artificiales, tu acercamiento, la catedral, el abrazo reconciliador…
El comienzo de lo nuevo, la esperanza del después…
La realidad en carne viva como escenario de la nueva obra, el papel de protagonistas principales, la posibilidad de entregarnos otra vez, los proyectos compartidos, las ganas de acompañarte en tu camino…
El intento por hacer que el amor nos quede bien, la grandeza de volver a vernos dispuestos a rescatarlo del olvido, revivirlo y complicarnos los días juntos, la apuesta, el desafío de querernos...
El acuse de mi piel con cada paso de tu mano, la contemplación de tu cuerpo dormido, los lunares de tu espalda, el comienzo de la noche llena de promesas, la insistencia del "quedate un ratito más", el agobio en la mañana de mi cuerpo tatuado con tus manos, las cicatrices pasajeras de tu paso por mi sustancia, el olor a vos sobre mi piel... 
El calor de tu mano en el teatro jugando a ser los novios perfectos, la risa, el abrazo tímido en el parque, la conversación reveladora de la última noche entre las sábanas prestadas, el ruido de la lluvia por la ventana…tu dulzura, la que sé que hay en vos…

Lo mejor es recordar lo bueno…mientras la desolación pasa y la tristeza pretende hacer campamento a orillas de mis pensamientos. Es mejor recordar lo bueno para endulzar el mal sabor del amor postergado, la miel que quiso ser y no pudo. Cuando, como dice el poeta: al punto final de los finales no le quedan dos puntos suspensivos.

No hay conquista sin ficción

jueves, 24 de febrero de 2011

“Yo (...) conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a nuestra Santa Fe con amor y no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrios (...), y otras cosas muchas de poco valor. (...). Todo tomaban y daban de aquello que tenían de buena voluntad.”
           
Esta fue la primera justificación noble para un propósito egoísta: invadir pueblos indígenas que en conjunto hoy conocemos con el nombre de América. Se dice que quien llega primero, quien descubre algo se convierte en dueño y poseedor de eso más allá de las consecuencias que dicho apropiamiento conlleve. Es preciso entonces investigar profundamente sobre el significado exacto de la palabra descubrimiento, porque entiendo que no se descubre lo que ya existe, sino que sólo se lo conoce. Así es como hace cinco siglos los europeos llegaron a estas tierras buscando nuevas rutas hacia las Indias, con el objetivo de comercializar con las mismas.
Pero hubo un giro de trescientos sesenta grados en ese propósito cuando un viernes doce de Octubre al pisar la Isleta de los Lucayos (que en lengua indígena es  Guauahani), Colón visualizó “gente símplice en armas, (...) muy fermosa, de cabellos como seda de caballos, (...) harto blancos que si vestidos anduviesen y guardasen del sol, serían cuasi tan blancos como en España, (...) muy sinmal ni de guerra”[1]. La sensación de apropiación los envolvió en una esfera de poder y, aunque no es fácil juzgar los actos de nuestros antepasados, es relevante criticarlos por diversos motivos. En primera instancia se necesita recuperar la memoria, profundizar los conocimientos del pasado para no condenarse uno mismo a aceptar el futuro sin poder siquiera imaginarlo. En segunda instancia, puede uno comparar fácilmente aquel pasado con este presente: los acontecimientos actuales suponen la existencia de un mundo semejante en pensamiento y obra a ese que hizo correr sobre nuestras venas sangre europea. Fray Bartolomé de las Casas aprobó la evangelización de estas tierras pero enjuició el genocidio y el dominio diciendo que se trataba de hombres sin más ni menos que dar pero seres humanos al fin. En otras palabras, suprimió la ficcionalización de la realidad que Colón utilizaba como método de justificación. Está claro, sin embargo, que es impensable hoy que dicho accionar no fuera el único porque la realidad se conocía por escasos medios (así es como el Diario de Colón es un documento de suma importancia); y es por eso que no es fácil juzgarlo. Pero la realidad actual nos plantea paradójicamente lo mismo: los medios catalogan una Guerra contra el Terrorismo, contra un sustantivo abstracto que engloba al fin y al cabo una problemática de antaño, que se supone va a salvar a la humanidad cuando deberíamos preguntarnos si esa entidad que nos propone la salvación no es la principal gestora de semejante calamidad. Construir la realidad fingiéndola es una acción que forma parte del pensamiento actual y que se lleva a cabo por y para seres humanos que poco difieren con los de hace quinientos nueve años.
            Cabe aclarar que la manera de juzgar debe nacer de la idea de libertad y moralidad. Como se dijo, la construcción del hombre americano que Colón hace fue creíble porque no existía en la época otro camino hacia la certeza. El discurso narrativo fue entonces el único. El Almirante Mayor de la mar océana condicionó su mirada por un modelo previo, un parámetro, un concepto de hombre civilizado que traía de España. Dicho modelo no pudo ser refutado porque existía un deber ser a priori del que sólo era poseedor el Viejo Mundo y considerar que ese deber ser es bueno, único y universal es una manera de justificar y de legitimar los accionares. No había un imperativo categórico, como postula Immanuel Kant, no había autonomía que pudiera igualar razón y ética. Los europeos no obraron en virtud de la buena voluntad hacia los indígenas, porque aunque para ellos el bien se hallaba en sus intereses, la masacre, la reducción a un 25% de la población aborigen y la desaparición de cientos de grupos étnicos y de un incalculable caudal de conocimientos, no fue ni bien visto ni bien aceptado por los mismos.
            Es interesante estudiar acerca de la filosofía a la que apeló la conquista porque existen hoy imborrables secuelas que comprometen a la inmensa humanidad, principalmente a la búsqueda de un pasado. Tanto el interés comercial (botín que representaban las tierras y las riquezas que albergaban) como la justificación religiosa entendida como la obligación de los reyes cristianos de extender el imperio del cristianismo y como la necesidad en que viven los infieles de entregarse en la religión cristiana, fueron parámetros que conformaron un sistema planteando una verdad alejada en su totalidad de la refutación. Propio de la época fue esta ciega aceptación que permitió la imposición de imperativos universales que no incluían a los aborígenes. Era preciso enseñarles mediante la apropiación, la esclavitud, desviando costumbres, domesticando. (...)“El que quiere el fin, quiere también el medio indispensablemente necesario para alcanzarlo, si está en su poder.”[2], postula Kant. La domesticación propone el remedio que rescata a los aborígenes de la barbarie y es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista. Y hablo en presente porque la colonización o, mejor dicho, la neocolonización que se ha instalado a partir de ese doce de Octubre presenta actualmente una faceta igual pero más amplia, desde el punto de vista técnico: la habilidad para proceder es menos evidente que la de nuestros antepasados pero no imposible de ver. El racismo al que se encuentran sometidos los aborígenes de países como Guatemala, Paraguay y Perú siguen proponiendo la existencia de una legitimación, de una verdad que impera, de una “América latina que trata a sus indios como las grandes potencias la tratan a ella”[3]. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia. América latina está ciega de racismo y continúa justificando...
            Pero como ya dije, nuestra conquista es mucho más amplia porque incluye a su vez la ficcionalización de la realidad en un mundo globalizado como método de justificación, de reducción, de deformación. En el discurso narrativo creado en los textos de Colón se declara explícitamente que los hechos fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos mientras que hoy se cumplen en nombre del dios del Progreso. Ambos métodos pueden enfocarse como una coartada para el saqueo. Frente a eso, Sartre[4] nos dice que se trata de una especie de mala fe, que implica la falta de responsabilidad que atribuye un valor universal a un acto planteado desde el principio como una excusa. La evangelización avaló la masacre y confundió los valores basados en las máximas del propio cristianismo. Pero en un contexto cultural que la aprobaba no pudo ser interpretada como un pretexto sino como una fundamentación.
            Eduardo Galeano denuncia que “la historia cambia según la voz que la cuenta” porque tanto para emprender una colonización como para definir una tendencia en el pensamiento de la humanidad a raíz de intereses manipuladores, se necesita de técnicas basadas en discursos que disfracen la realidad. De ahí que la trayectoria de la historia se define por el valor que en sí tiene una cosa para el emisor. Dichos intereses son ejecutados por medios que encubren la verdad. En sus diarios y cartas, el Almirante Colón “afirma descubrir cuando verifica, pretende desvelar cuando encubre y describir cuando inventa”[5]. Ahora la nueva forma de colonización presentada como neocolonización se realiza por medios que impiden conocer ciertos valores que las culturas despreciadas han podido perpetuar, y en su otra cara, por el uso de recursos mediáticos que permiten el aprovechamiento de la dominación por parte de las potencias sobre pueblos que no son inferiores en capacidades sino en cuestiones relativas al sentido de la posesión. Hoy, el tiempo es dinero como nos reveló Henry Ford. Para los mayas el tiempo no se podía comprar ni vender, era sagrado como la tierra, como el ser humano. Esos son factores de cultura, de historia “imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados”[6].
            Pero es pertinente analizar que de los hechos del pasado, a menudo dolorosos, hemos nacido nosotros. Somos lo que somos porque juntos hicimos la cultura que nos une. Denunciar los actos de nuestros antepasados sin enjuiciar ni condenar nos permite entender mejor este presente y orientarnos con la mente abierta hacia el futuro. A este presente no se llegó de la mejor manera, pero los hechos acontecidos nos han servido para adquirir nuestra autonomía como pueblo Latinoamericano unido. Sin embargo, a pesar de que se continúan poniendo rótulos y se siguen imponiendo imperativos erróneos mediante los secretos que callan los discursos, Latinoamérica no se lleva todos los laureles. La memoria de América ha sido mutilada por el racismo, por una máscara de miedo que nos sigue definiendo como hijos de Europa.

Marcela Paradela
Ensayo año 2001


1 COLÓN, Cristóbal. Los cuatro viajes del almirante y su testamento. Espasa Calpe. Buenos Aires. 1947. Pág. 31, 57.
[2] KANT, Immanuel. Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres. Espasa Calpe. Buenos Aires, Argentina. 1946. Pág, 65.
[3] GALEANO, Eduardo. Ser como ellos y otros artículos. Ed. Catálogos. Uruguay. 1992.
[4] SARTRE, Jean Paul. El existencialismo es un humanismo. Ediciones Huasar. Buenos Aires. 1972. Pág. 18.
[5] PASTOR, Beatriz. Discursos Narrativos de la Conquista: Mitificación y emergencia. Pág. 61.
[6] GALEANO, Eduardo. Ibid. Pág. 33.